3er Diálogo Feminista Nairobi 2007 - Perspectiva feminista sobre la democracia radical

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UNA CRÍTICA A LA DEMOCRACIA

La democracia es una construcción social y política que refleja un momento particular en la historia conformado por distintas dimensiones ideológicas y circunstancias sociales específicas. Está inmersa en las teorías de liberalismo e individualismo. En las formas en las que muchos pueblos del mundo postcolonial la han experimentado, la democracia ha reafirmado la norma de la mayoría y ha reforzado las divisiones sociales existentes de casta, clase, etnia, raza, región y lenguaje. El fracaso de los sistemas democráticos liberales en ser fieles a los principios subyacentes de libertad e igualdad y de integrar los intereses de todos los grupos sociales ha tenido como consecuencia el surgimiento de muchas luchas de resistencia contra los llamados regímenes democráticos. La democracia sigue siendo una meta esquiva más que una realidad.

 

 

¿POR QUÉ DEMOCRACIA RADICAL?

El discurso sobre la democracia radical plantea que la democracia no es solamente un sistema político. Está íntimamente conectado con valores de justicia social e igualdad de género. Es una conciencia y una forma de organizar la vida social en todas las dimensiones en las que vivimos la experiencia de ser humano/a. Todos los sistemas democráticos existentes que conocemos hoy (sean burgueses, liberales, neoliberales o post-socialistas) carecen de estos aspectos.

Como feministas, debemos desarrollar una crítica intensa y profunda de la democracia que habilite su transformación y radicalización, conjunta y asociadamente con otros movimientos sociales.

La radicalización de la democracia también requiere de la reconstrucción de la noción de ciudadanía. Tomando en cuenta las diversas exclusiones y marginalizaciones que son parte de la democracia tal cual la conocemos, necesitamos remodelar la identidad de la ciudadanía dentro de un modelo político diferente. Necesitamos entender a la ciudadanía no simplemente como una identidad legal sino como una expresión de afinidad con otros.

La rearticulación de la democracia desde una perspectiva radical y transformada nos permite rever nuestras concepciones sobre el estado nación y la soberanía. Esta revisión es fundamental en los cambiantes contextos de globalización económica con reordenamiento de espacios globales y el posterior reestructuramiento de las relaciones sociales y políticas. Un asunto clave para nosotras es evaluar si los estados están realmente “perdiendo el control” o si están reestructurando la soberanía de estado de una forma más de acuerdo a los desafíos de alineación con mercados globales y organizaciones supranacionales. Si vemos a la soberanía como “un efecto de prácticas” (Ong) vinculada a la ley y otros sistemas reguladores que construye las relaciones entre el estado, su pueblo y el mercado, podemos ver surgir áreas diferenciadas de soberanía dentro de las fronteras de un estado-nación.

 

En otras situaciones, vemos al estado renunciando a su propia soberanía y permitiendo a otros actores -como las agencias financieras internacionales y las corporaciones transnacionales- definir los términos y condiciones de existencia de una parte de sus ciudadanos/as. Un ejemplo lo vemos en las leyes laborales e impositivas que son aplicables a nivel nacional pero no en determinadas áreas del estado nación dedicadas a “áreas de crecimiento”: zonas de procesamiento de exportaciones, zonas francas, etc. En el mundo de hoy, la apelación de los derechos de las personas desplazadas a nivel interno, refugiados, personas que buscan asilo, indígenas e itinerantes, viajeros y gitanos, inmigrantes y víctimas del tráfico de personas nos recuerdan intensamente que la condición moderna permite cada vez más la relajación de las obligaciones del estado y expone a grandes sectores de los pueblos del mundo a la exclusión social

La crisis que enfrentan los estados atrapados por la globalización exige reformas urgentes en sus estructuras institucionales a nivel administrativo, judicial, electoral y comunitario. Requiere la reforma y democratización de los partidos políticos de manera de que los obligue a reconocer la importancia de los movimientos sociales y a institucionalizar la interacción regular con estos movimientos. Exige que se coloque en el centro del discurso a la política y no a la economía.

 

LA CIUDADANIA EN UNA DEMOCRACIA RADICAL

¿Qué sucede cuando la ciudadanía es entendida como una identidad política común de una amplia gama de personas dedicadas a diversas actividades y movimientos, con distintas percepciones sobre lo que significa el bien común? Esas ciudadanías están unidas por un reconocimiento compartido de una serie de valores éticos y políticos a los que se llega a través de debates democráticos y convergencias provisorias en varios momentos históricos. Los principios articuladores de la ciudadanía, dentro de un marco democrático radical, permiten una pluralidad de lealtades y el respeto a la libertad individual.

Ese proceso democrático requiere de la creación de espacios en los que la convergencia de identidades ciudadanas democrático radicales llevará a la transformación de estas mismas identidades a medida que los ciudadanos interactúen y negocien coaliciones. (Mouffe) Para ello, debemos concebir al agente social, o al “sujeto”, no como una unidad sino como un conjunto de posiciones subjetivas.

Como feministas integrantes de movimientos sociales, generamos nuevas prácticas sociales que reflejan el ejercicio de la ciudadanía democrática radical. La ciudadanía en esta concepción no se basa en un marco abstracto de universalidad, o en un modelo hegemónico que naturaliza las diferencias. Desde la perspectiva de la democracia radical, la ciudadanía es un flujo continuo y un proceso sin fin de construcción sociocultural, llevado adelante por personas – hombres y mujeres – politizadas y socialmente activas.

 

LA POLÍTICA FEMINISTA Y LA CULTURA DEMOCRÁTICA RADICAL

Como feministas, tenemos necesidad de una concepción plural y radical de democracia que recupere la diversidad de experiencias y concepciones de democracia que se ubican fuera del modelo hegemónico neoliberal. Debemos enriquecer nuestras visiones democráticas para que se embeban de valores transculturales en vez de occidentales, actuando a distintos niveles y en diversas dimensiones. Buscamos crear una democracia “de alta intensidad” (Boaventura de Sousa Santos) que recupere la subjetividad como parte de la transformación de las relaciones sociales, con múltiplas áreas para el enriquecimiento de las agendas democráticas emancipatorias. Una democracia así concebida supera la idea de que existen unas luchas primarias y otras secundarias, y que algunos sujetos son más privilegiados que otros en el proceso de transformación democrática.

Algunas de nosotras hemos recuperado y radicalizado los aspectos más progresistas de democracia liberal – libertad, igualdad, autodeterminación, autonomía – y los hemos combinado con las concepciones socialistas del bien común. Este hecho abre posibilidades de respuesta y convergencia a niveles ideológicos y culturales sobre el significado ético de la democracia radical: es decir, la transformación de las relaciones de poder desde un marco de dominación y subordinación a uno de “autoridad compartida” dentro de nuestros movimientos, en la sociedad, y en relación a los estados.

La política feminista dentro de la cual nos posicionamos alimenta una nueva cultura política y nuevos marcos de entendimiento que articulan las estrategias de los movimientos sociales con el proyecto de transformación social. Por este medio ingresamos en un proceso de superación de todas las formas de explotación, dominación y discriminación en cada una de nuestras sociedades y a nivel global, enfrentando las fuerzas hegemónicas del neoliberalismo, los militarismos y fundamentalismos que nos excluyen, violan y deshumanizan, individual y conjuntamente.

Una democracia radical y plural que se extiende al más amplio espectro de los grupos sociales excluidos radicalizará los valores de libertad e igualdad. En este proceso, la igualdad no será considerada como la yuxtaposición dicótoma de equivalencia y diferencia, sino más bien vista como la aspiración humana legítima a una coexistencia armoniosa de diferencias. La igualdad será también un compromiso político de igualdad de oportunidades y de un tratamiento igualitario que tome en cuenta el legado histórico de diferencia social y económica, el cual ha generado procesos de estratificación social donde la discriminación basada en la diferencia se ha convertido en parte de nuestra actual concepción de la realidad.

Una nueva cultura política democrática de este tipo demanda la subordinación de lo económico a lo político, y la subordinación del mercado a los intereses sociales.

 

Esto representa una confrontación implacable con el neoliberalismo y el capitalismo, y con las fuerzas de la exclusión y la dominación que los constituyen.

En un marco democrático radical, las identidades de género no son vistas en sí mismas sino más bien en constante interacción y articulación con otras identidades y discriminaciones de raza, etnia, edad, orientación sexual, lugar geográfico, como expresiones de un sistema global de dominación. Este sistema de dominación contiene, expresa y consagra las diversas formas en las que la categoría “mujer” se construye como subordinada. (Mouffe). Precisamos de una multiplicidad de luchas que no invisibilicen las diferencias sino todo lo contrario, que provoquen una multiplicidad de respuestas para expandir el espacio de experiencia social a nivel local y global, que alimentan procesos de transformación.

En este proceso, los feminismos han producido y apoyado la producción de importantes rupturas en la concepción de la democracia, al articular cambios a nivel personal con el cambio social, al incorporar la lucha por la igualdad en el espacio público en inseparable articulación con la lucha por la democratización de la vida cotidiana. Democracia en el país y en la casa, a nivel local y global, en la dimensión íntima y en el mundo público. Las transformaciones a las que aspiramos son materiales a la vez que simbólicas, culturales a la vez que sociales y políticas.

Uno de los desafíos de la democracia radical es comprender la relación entre sexualidad, producción y reproducción como asuntos que forman parte de las dimensiones simbólicas y materiales de las relaciones sociales de dominación y explotación (Betania Ávila). Esta es una exigencia analítica, formulada a través de la politización de distintas dimensiones de conflicto social que demuestran las acciones y reflexiones de los movimientos sociales, produciendo nuevos marcos de entendimiento con los que comienzan a interactuar otras dinámicas. Entre estas se podrían encontrar las luchas orientadas a la justicia global, que surgen de una serie de vertientes, así como las luchas emancipatorias que confrontan paradigmas obsoletos, buscando y experimentando formas novedosas y creativas de reemplazarlos.

En el proceso de radicalización de la democracia, los movimientos de mujeres y los movimientos feministas proponen llevar la lucha a una variedad de terrenos: entre estas se encuentran las luchas contra las exclusiones simbólicas y materiales; luchas por justicia redistributiva y por la justicia de reconocimiento; luchas por paz y justicia local global e intersocietaria; luchas por el reconocimiento de los cuerpos políticos; luchas por el reconocimiento y el diálogo entre diversidades.

Estas no son solo luchas sectoriales o específicas, aunque estas son también claramente necesarias. Estas luchas, en conexión y solidaridad, representan estrategias para una nueva cultura política, orientada a la recuperación de la justicia de género como parte de todas las otras situaciones de injusticia. Estas estrategias pueden conducir la lucha por un único derecho al espacio de las políticas transformativas, con la posibilidad de tener consecuencias en las relaciones sociales, económico-políticas, culturales y simbólicas. También pueden promover la “recuperación” de la democracia como terreno de negociación más que de negación, como un terreno en el que los conflictos que surgen de la pluralidad y la diferencia se pueden solucionar a través del diálogo, y no a través de la guerra. Esta democracia celebrará y apoyará las divergencias y los acuerdos como parte de la pluralidad de voces e intereses que presentamos.

 

INTERACCIÓN DE LOS FEMINISMOS CON MOVIMIENTOS SOCIALES EN EL CAMPO DE LA DEMOCRACIA RADICAL

Las prácticas de los movimientos sociales dentro del marco democrático radical generan nuevas dimensiones de conflicto, visibilizando y recuperando dimensiones que han estado ausentes hasta ahora. Enriquecen el proceso de radicalizar la democracia con nuevas voces, nuevas presencias y nuevas propuestas de libertad. Esta es la razón por la que hoy podemos hablar de la dimensión sexual de ciudadanía, y también de las dimensiones ecológicas y globales de ciudadanía como campos de conflicto para el reconocimiento político.

En estos nuevos marcos de entendimiento, ¿cómo podemos construir diálogos con otras luchas emancipatorias? ¿Cómo podemos librarnos de las identidades fijas y, al mismo tiempo, crear nuevos espacios de negociación entre las diferencias? ¿Cuáles son las diferencias que merecen ser reconocidas y cuáles no? ¿Cómo podemos ampliar nuestra “comunidad epistemológica” sin perder nuestro perfil específico, y sin invisibilizar la urgente necesidad de redistribución del poder y de reconocimiento político que son parte de muchos reclamos dinámicos y diversos por justicia y visibilidad?

 

DESAFIOS FEMINISTAS

Para cambiar las múltiples dinámicas de exclusión de la vida de las mujeres desde una perspectiva emancipatoria se necesitan múltiples estrategias para múltiples transformaciones. Uno de los desafíos al que se enfrentan las feministas y los activistas progresistas dentro de los marcos democráticos hegemónicos actuales es el de superar los sistemas de exclusión de las mujeres del espacio público/político incorporando el reconocimiento de la urgente necesidad de la democracia en lo privado. Y, en estos procesos, la democratización de los propios movimientos sociales.

Los movimientos feministas en el nuevo milenio están enfocados al enriquecimiento del proyecto político-democrático radical, en el cual la diversidad sea reconocida, asumida y trabajada en términos subjetivos, no considerada como algo que simplemente debe ser tolerado. Buscamos espacios donde las feministas puedan expresarse y enriquecerse a través de procesos de aprendizaje y experimentando el cambio, dando así origen al reconocimiento y al relacionamiento con otras luchas democráticas locales, nacionales, regionales y globales. Esto enriquecerá a su vez las nuevas culturas democráticas que se expresan en una explosión de nuevos temas, nuevas identidades y nuevos actores sociales. Es aquí donde la justicia de redistribución y de reconocimiento se transforma en el eje feminista, reforzando el proceso de transformación

Estas nuevas perspectivas de democracia han encontrado su importancia y su fuerza en espacios globales como el Foro Social Mundial, que es hoy un espacio para construir y articular conocimiento, como también para dedicarse a reflexiones democráticas globales y para generar estrategias globales dentro de los movimientos sociales y entre ellos.

Como dice Betânia Ávila, estos son espacios donde las feministas encuentran campo fértil para construir alianzas, para relacionarse con otros sujetos y movimientos, y para expresar el aporte feminista a la radicalización de la democracia y a la democratización de la política. Es un espacio de intercambio y crecimiento, y también un espacio de disputa y diálogo, acerca de todos los aspectos de identidad y poder.

Los desbalances que existen en la actualidad son las materias primas de las que surgirán propuestas más audaces, que pueden ampliar y conectar distintas miradas y perspectivas, superando la fragmentación y formas únicas de pensar que alimentan los neoliberalismos y los fundamentalismos.

En estas áreas es fundamental que las feministas y los movimientos feministas preserven su propia identidad y autonomía, al tiempo que negocian alianzas con otros movimientos. A través de los Diálogos Feministas presentamos al FSM el discurso feminista acerca de la democracia radical.

Otro mundo no será posible sin otra concepción de la democracia. Y otra democracia solo es posible a través de un proceso de revoluciones personales y subjetivas, de hombres y mujeres, con un reconocimiento activo de la diversidad, asumiendo las interseccionalidades de las luchas como un reto colectivo.